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domingo, 27 de noviembre de 2016
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Parshat -Toldot- y la educación
Comentario a la Parshat -Toldot-
Por Daniel
Oppenheimer
Parshat Toldot llama nuevamente a la reflexión acerca de
temas educativos – en particular lo que concierne a la educación en el hogar.
Quien suponga que educar a un hijo es una tarea simple, es porque jamás se
dedicó a hacerlo.
Aun nuestros mismos patriarcas, tal como leemos en la Torá,
padecieron por situaciones malogradas en la educación de sus hijos. En esta
Parshá, encontramos que Itzjak y Rivká no consiguieron que su hijo Eisav siga
el eximio camino de ellos.
Es menester aclarar a esta altura que cuando utilizamos la
palabra “educación” nos referimos a todo aquello que se vincula con lo moral,
es decir: la elección libre de hacer lo que se debe hacer, aun si este proceder
se opone a la propia inclinación interna y aun si la mayoría de la gente que lo
rodea no lo haga de ese modo.
Y en este punto crítico, si bien se puede adiestrar a un
hijo para que obedezca ciertos preceptos, que se aleje de ciertas conductas
inaceptables, y que cumpla con ciertos deberes de una manera determinada, lo
más difícil de todo es que lo decida hacer por si mismo, pues ni la opinión, ni
la voluntad de una persona se puede controlar o forzar.
Cuando los infantes son aun pequeños, se supone que a la
mayoría de los padres y responsables de la educación de los niños, no les faltan
recursos o medios – si bien no digo que sea recomendable – para obligar, forzar
o imponer que obedezcan.
Muchas personas no escatiman esfuerzos para incentivar,
estimular y animar a sus hijos en cierto sentido que creen importante.
Es así que existen algunos padres que ejercen presión
persuadiendo a sus hijos con promesas de premios (porque el papá tiene la
billetera), mientras otros amenazan con castigos (porque el papá es físicamente
más fuerte).
Sin embargo, lo que pocos padres reconocen cuando sus hijos
son aún pequeños, es que no falta tanto tiempo hasta que el “niño” se emancipe,
tenga más fuerza física que el padre (aunque no la utilice en su contra), y
posean su propia billetera (esperemos no tan vacía). A esa altura, ya no
servirán los métodos convencionales de persuasión y dependerá casi
exclusivamente de la buena voluntad de hijo.
¿Podemos o queremos influir desde ahora – cuando aun “está
en nuestras manos” - para que se mantenga la conducta aun cuando ya sea mayor?
No cabe la menor duda que estamos tratando el punto central
de la educación: el intento de lograr que en el futuro el hijo opte libremente
por lo que debe elegir, en presencia nuestra – o sin ella. ¿Cómo habremos de
denominar tamaña tarea?
La palabra mágica que utilizaremos para describir esta obra
– delicada e imprescindible - será “motivar”.
¿Qué es la motivación?
Antes de responder, nos formularemos una pregunta corriente:
¿Qué hace a un buen negocio? Seguramente, el hecho de
conseguir un buen precio de venta y poco costo al comprar el producto.
Pues utilicemos este mismo criterio para nuestro
“emprendimiento educativo”:
En nuestro caso, como “costos altos” podemos considerar el
desgaste que sufre la relación de padres con hijos cada vez que estos se ven
compelidos a hacer algo que no quieren, y aun más cuando reciben amenazas o
castigos. Esto no significa que no sea necesario asumir ciertos costos, si se
quieren lograr metas en la vida. No obstante, entendamos por ahora que si los
costos son muy altos, es indefectible evaluar el beneficio y analizar si no
existen modos “más económicos” de lograr lo deseado. Un vínculo entre padres e
hijos estropeado, es muy difícil de recomponer. Volveremos sobre este punto más
adelante.
Por otro lado, si los estímulos que se utilizan para
influenciar, son premios u otros incentivos de orden material, estos se prestan
a la adicción. Con el tiempo, corremos el riesgo que ante cualquier pedido, la
respuesta sea: “¿qué me vas a dar, si lo hago?”
Lo más indicado parecería ser la comprensión filosófica y el
juicio ideológico para cumplir con cierta obligación. Sin embargo, esto también
tiene sus limitaciones: No se puede esperar de un niño el discernimiento
intelectual que aun los mayores no poseemos para llevar a cabo cada una de
nuestras tareas éticas y espirituales. Es muy posible que si el niño estuviera
motivado para estudiar, con el tiempo vaya integrando a su conocimiento las
razones por las que debemos cumplir con nuestras obligaciones - dentro de lo
que nuestra reducida mente humana puede entender.
Nos queda, entonces, valernos de dos puntos iniciales:
El adiestramiento hacia las Mitzvot como modo natural de
hacer las cosas – por un lado, y, asimismo, el clima favorable – en orgullo, alegría,
afecto - que se genera en el momento de observarlas.
El entrenamiento para enfrentar la vida se da de todos modos
en la mayoría de los hogares, pues en todas las civilizaciones se acostumbra a
que los padres impongan normas de conducta que creen útiles en sus casas.
Obviamente que cuanto más arbitrarias estas normas y cuánto más lacerada la
relación de padres con hijos – tanto menos probabilidades tienen estas normas
de ser mantenidas a través del tiempo. En el caso de un hogar judío que transmite
enseñanzas judías, las leyes de la Torá se transmiten - no como voluntad propia
de los padres, sino como un deber al que se someten los padres y al que
incluyen a sus hijos de manera lógica y natural.
Por otro lado, la atmósfera agradable que se genera al
momento de cumplir con el deber como judíos, transmite un sentimiento de paz y
armonía, que a su vez transmiten seguridad y confianza en que lo que se está
viviendo y haciendo es realmente valioso y trascendente.
Sigamos. Habitualmente, los seres humanos necesitamos - en
mayor o menor medida – la aprobación de quienes nos rodean. Esta búsqueda de
aprobación está ligada normalmente con los afectos, y a veces por el temor.
En nuestro caso, si el clima es de orgullo, alegría y
afecto, como lo hemos mencionado con anterioridad, entonces – naturalmente –
los hijos querrán ser partícipes activos y buscarán la aprobación de quienes
allí pertenecen, es decir la de los padres.
En ese caso, toda aprobación que no sea exagerada: el
reconocimiento verbal del esfuerzo realizado, una palmadita en la espalda, una
sonrisa de aquiescencia o un aplauso por parte de los padres, fortalece la
auto-estima y ayuda al niño a dirigir sus esfuerzos en el sentido de aquello
que ha generado ese sentimiento de beneplácito de sus seres queridos.
Tal como hemos expresado esto debe suceder en forma
constante, pero sin dramatizar y en proporción – aunque fuese muy levemente
inflada, de los hechos en cuestión. Vale más la reiteración de un elogio en
tono tranquilo – aun de pequeños detalles, que glorificaciones grandilocuentes
esporádicas y fuera de contexto.
Premios
¿Y los premios? ¿no constituyen también ellos un incentivo
adecuado?
Como hemos señalado anteriormente, los premios – más así
cuando están condicionados desde antemano a que el niño realice o deje de hacer
cierto acto, pueden convertirse en una suerte de dependencia. De perdurar en el
tiempo, el premio se convierte en la razón principal que justifica el acto, en
reemplazo del objetivo auténtico que es la obligación de servir a D”s, siendo
una buena persona acorde a Sus preceptos.
En este orden, debemos dejar muy en claro que el motivo real
de nuestro proceder en general, se condiciona a la Voluntad de D”s.
Si un papá siente que debe premiar a su hijo luego de haber
logrado cierto avance en su conducta, y más si esto sucede en forma esporádica,
permite que los premios no se conviertan en una adicción.
Castigos
¿Y respecto a las amonestaciones verbales y los castigos?
Estos también tienen su espacio. Sin embargo, lea con
antelación el prospecto que acompaña el medicamento:
1. Mire exactamente lo que dice acerca de la edad del
paciente para no exagerar en la medicación (no todo castigo sirve para
cualquier niño)
2. No se olvide de las contraindicaciones: puede no ser
aconsejable para ciertas personas, puede causar mareos (distancia entre el
padre y el hijo)
3. Se debe comer antes para que no caiga sobre el estómago
vacío (si la actitud habitual del padre no es cariñosa, aun menos lo deberá
castigar)
4. Se debe beber agua en abundancia después de ingerir el
medicamento para que se diluya (no permita que quede el sabor amargo de la
brecha que se creó entre papá e hijo)
5. No se automedique (siempre es mejor consultar para calmar
los ánimos de venganza por ofender al padre al no obedecer)
6. Y ante cualquier duda... consulte a su médico (jamás
permita que se convierta en el estilo “normal” de vincularse)
Aun en el mejor de los casos, el castigo – que no siempre se
puede evitar – tiene un costo alto si los comparamos con la motivación
originada en el afecto y la aprobación. No es el mejor negocio, ni convence a
nadie a largo plazo.
En resumen, podemos sintetizar, que en la escala de la
motivación, la más indicada es la que crea una identificación natural del hijo
o del alumno con quien le está enseñando, por la coherencia de su discurso y
por el cariño que los une. En aquel caso, ni siquiera se torna necesario
descalificar a otros para asegurar la continuidad de la transmisión, cuya
práctica hasta puede ir en detrimento de la imagen de quien la ejerce.
Respecto a la Mitzvá de encender las luces de la Menorá del
Bet HaMikdash, nos acotan los Sabios que el Kohen debe acercar el fuego que las
enciende, hasta tanto la mecha de la Menorá arda por fuerza propia.
Esto lo podemos tomar como referencia en lo que atañe a la
educación: motivar para que siga su camino por ímpetu del mismo joven.
Daniel Oppenheimer
Parshat Toldot
There are children who are embarrassed of their parents, and there are parents who are embarrassed by their children. With Abraham and Isaac it wasn’t like that: Isaac prided himself in that he was “Isaac the son of Abraham,” and Abraham prided himself in that “Abraham fathered Isaac.”
Midrash Tanchuma; Midrash HaGadol
lunes, 21 de noviembre de 2016
Parshat Chayei Sarah
The life of Sarah was one hundred years, twenty years and seven years Bereshit 23:1
At the age of twenty she was like age seven in beauty, and at the age of one hundred she was like age twenty in piety. [Another version: at one hundred she was like twenty in beauty, and at twenty she was like seven in piety.]
At the age of twenty she was like age seven in beauty, and at the age of one hundred she was like age twenty in piety. [Another version: at one hundred she was like twenty in beauty, and at twenty she was like seven in piety.]
Rashi; Midrash Rabbah
Why does the Torah split up the tally of her years into three parts (“one hundred years,” “twenty years” and “seven years”)? To tell us that every day of her life was the equivalent of them all. At the age of one hundred years she was like age twenty in strength, and at age twenty she was like age seven in modesty and purity; at age seven she was like age twenty in intelligence, and at age twenty she was like age one hundred in righteousness.
Midrash HaGadol
Why does the Torah split up the tally of her years into three parts (“one hundred years,” “twenty years” and “seven years”)? To tell us that every day of her life was the equivalent of them all. At the age of one hundred years she was like age twenty in strength, and at age twenty she was like age seven in modesty and purity; at age seven she was like age twenty in intelligence, and at age twenty she was like age one hundred in righteousness.
Midrash HaGadol
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