Avraham volvió del funeral de Sará.
Su muerte repentina había ocurrido justo después de la difícil prueba de la Akeidá. Yitzhak, a pesar de estar cerca de los cuarenta años de edad, no había aún contraído matrimonio.
Pero: ¿quién sería la mujer adecuada para acompañarlo en su
monumental misión de difundir y profundizar las enseñanzas de Avraham y Sará?
A diferencia de todo padre judío que desea - acertadamente - ver a sus hijos casados, en este caso estaba en juego el futuro de la incipiente nación. La ulterior gestación del pueblo de Israel dependía ahora de Yitzhak - y de quien lo acompañara. Toda la tarea realizada por Avraham hasta ese momento estaba en el tapete.
Las mujeres lugareñas de Cna’an ciertamente habían
demostrado insuficiencia moral para tamaña responsabilidad.
Eso significaba que la candidata debía provenir desde otras latitudes. Avraham, pues, decidió que el sitio más adecuado para realizar tal búsqueda, sería en su nativa Aram Naharaim - en la Mesopotamia (asiática).
Sin embargo, Yitzhak había sido ofrendado sobre el altar en
la Akeidá. Por ello - y al igual de lo que sucedería con los Korbanot en el
futuro - no debía abandonar la sagrada tierra de Israel.
¿Quién, pues, se ocuparía de trasladarse hasta Aram Naharaim para encontrar a la muchacha acertada?
Fue así que Avraham pidió a su más leal sirviente, que se
dirigiera a aquel lejano lugar para cumplir con la difícil misión.
Eliezer, que según los Sabios era el nombre del sirviente de Avraham, no era una persona común. Los Sabios hablan de él en términos de gran respeto. Era un estudioso de la Ieshivá de Avraham, quien dominaba toda la erudición de su maestro y enseñaba la Torá a los alumnos (Iomá 28:). Aparte, tenía un parecido con su amo, a quien eligió servir a raíz de la profecía de Noaj (que los cna’anitas serían esclavos). Siendo así, ¡Qué mejor que servir al propio Avraham! (Midrash Rabá, Bereshit 59:8, 60:2).
El sirviente aceptó cumplir con el encargo de su amo, pero
tenía ciertas dudas: ¿y si la muchacha no querría venir con él (sin conocer a Yitzhak)?,
¿podría, en tal circunstancia, trasladar allí a Yitzhak? ¿O, podría tomar, en
tal caso, a una muchacha local de Cna’an en su reemplazo?
Avraham se negó rotundamente. Le hizo jurar que se mantendría dentro de las pautas pactadas. En caso que no pudiera cumplirlas, quedaría absuelto de la misión encomendada.
Los Sabios nos hacen saber que Eliezer albergaba una secreta
esperanza, aunque no estuviera en aquel momento totalmente consciente de ella:
que Yitzhak terminara casándose con su propia hija (Midrash Rabá, Bereshit
59:9). Sin embargo, eso no debía ocurrir, pues la descendencia de Cna’an había
sido maldecida, y ese vínculo no sería posible.
Los Sabios (Ialkut Shimoní 107), son muy críticos con Eliezer por imaginar tal situación, arrogándole las palabras del pasaje: “Cna’an sostiene la báscula de engaño, para robar al amado (Yitzhak)” Hoshea 12:8). A pesar de las grandes virtudes de Eliezer, que ya mencionamos, esto no lo liberó de ser aún más perfecto (Or haTzafun, del Saba de Slabodka sz”l).
Los Sabios (Ialkut Shimoní 107), son muy críticos con Eliezer por imaginar tal situación, arrogándole las palabras del pasaje: “Cna’an sostiene la báscula de engaño, para robar al amado (Yitzhak)” Hoshea 12:8). A pesar de las grandes virtudes de Eliezer, que ya mencionamos, esto no lo liberó de ser aún más perfecto (Or haTzafun, del Saba de Slabodka sz”l).
Una vez aclaradas las reglas de la tarea, el sirviente llevó
consigo todo lo que pensaba que sería necesario para el éxito de esta compleja
misión. Tomó diez de los camellos de su amo y suficientes hombres que los
atendieran. También llevó riquezas para demostrar a la candidata y a su familia
que estaría materialmente bien protegida.
Tamaña responsabilidad la del sirviente. ¡¿Cómo haría para
encontrar y reconocer a aquella muchacha tan especial y cómo para convencerla
de que esté dispuesta a acompañarlo desde la Mesopotamia hasta la tierra de
Cna’an, sin siquiera haber conocido al futuro marido?!
Obviamente debía ponderar todos los detalles del plan para
que fuera exitoso. Asimismo, por supuesto, todo dependía también de la
bendición de Di-s, a Quien había invocado Avraham antes de su partida: “Di-s
del Cielo, Quien me ha tomado de la casa de mi padre y de mi tierra natal, y
Quien se ha expresado por mí y ha jurado que ‘a ti te daré esta tierra’, Él
enviará Su emisario delante de ti, y tomarás una esposa para mi hijo desde
allí” (Bereshit 24:7),, y a Quien volvió a invocar el propio sirviente al
alcanzar su destino.
Al llegar a la fuente de agua en la entrada a Aram Naharaim,
ideó un plan para determinar quién sería la joven adecuada para Yitzhak.
Antes de poner en práctica este intento, dirigió su palabra a Di-s: “Di-s de mi amo Avraham, haz suceder por coincidencia frente a mi hoy, y actúa con bondad para con mi amo Avraham” (Bereshit 24:12).
El modo de expresarse del sirviente en este aspecto es
singular. “Di-s de mi amo Avraham, haz suceder por coincidencia frente a mi
hoy, y actúa con bondad para con mi amo Avraham” (Bereshit 24:12).
Las palabras “haz suceder por coincidencia” son solamente aptas en relación a Di-s. En la visión de la actividad humana, los sucesos son programados o fortuitos. Sin embargo, aquello que para nosotros pareciera ser una simple casualidad, en realidad fue “hecho suceder” por Él.
El vocablo “kará” escrito en hebreo con la letra hebrea “alef” al final, significa llamar (o sea, un acto premeditado) y la misma raíz finalizada con “he” indica “desencadenarse” (o sea: fatalidad). Los seres humanos vemos los acontecimientos que nos sobrevienen como si se tratara de coincidencias, mientras que vistas desde la Conducción Di-vina, en realidad todas y cada una están programadas para que ocurran. Solo en el accionar recóndito de Di-s, estas afirmaciones se aúnan (R. Sh.R. Hirsch sz”l).
Eliezer era plenamente consciente de lo complejo de su
misión.
Al implorar al Todopoderoso - como ya señalamos - delineó cuál sería la estrategia apropiada para la situación: la característica más saliente del hogar de Avraham era su constante y abnegada apertura a las necesidades de todo ser humano que requiera de asistencia.
Así lo habíamos observado en el episodio, cuando Avraham recibió - como era su costumbre - a tres individuos itinerantes extraños, con los mayores honores. En dicho relato, cada acto de hospedaje de Avraham se adelanta con las palabras “y apuró”, “y corrió”, o sea que había un fervor en las acciones de anfitrión de Avraham en su búsqueda de complacer a los invitados (incluso absolutos desconocidos).
La esposa de Yitzhak - entendió el sirviente- no podría carecer de estos atributos (Bereshit 24:14).
Por lo tanto, pediría a la muchacha un favor que permitiría comprobar si realmente poseía aquellos mismos atributos.
Si bien al poner estas condiciones para aceptar a la
doncella, corría el riesgo que la muchacha tuviera otras falencias, se
“arriesgó” a que todos los demás aspectos de la joven fueran acordes a lo que
quería y que tuviera todas las idoneidades que la habilitarían como esposa del
hijo de su amo (Taanit 4.).
Gracias al mérito de Avraham, sin embargo, resultó ser que Rivká era la persona perfecta para Yitzhak.
Apenas había terminado de suplicar a Di-s, salía Rivká hacia
la fuente de agua (de paso, la Torá nos describe a Rivká como muy hermosa…). Eliezer fue uno de aquellos que merecieron que el
Todopoderoso le respondiera de inmediato (Midrash Rabá, Bereshit 60:4) y todos
los eventos se desarrollaron con armonía magistral. Si bien no era la costumbre
habitual de Rivká - perteneciente a una familia aristocrática - salir a buscar
agua al aljibe, aquel día se produjo aquella excepción Providencial (Pirké
d’Rabí Eliezer 16).
En seguida, el sirviente (aun sin saber su identidad) corrió
hacia ella y solicitó que le diera agua para beber.
¿Qué fue lo que vio Eliezer, que lo indujo a correr?
Las aguas de la fuente surgieron milagrosamente hacia Rivká, pues era una mujer santa. Sin embargo, el siervo no se dejó llevar por maravillas. La muchacha debía aún superar la prueba crítica…
Rivká no solamente respondió positivamente a su solicitud,
sino que ofreció también agua para los diez camellos que traía Eliezer y para
los hombres que lo acompañaban.
El modo en que la Torá nos describe sus actos nos suena
conocido: “y apuró”, “y corrió”…
A pesar de estar en presencia de hombres fornidos que ni siquiera ofrecieron asistirla en la tarea, Rivká no se molestó por la situación. Al contrario: se alegró por la oportunidad de poder cumplir con la Mitzvá ella sola.
El sirviente observaba sorprendido cómo sus súplicas se
cumplían. Apenas terminó de servirle agua a todos, Eliezer le obsequió
algunas joyas, y preguntó su nombre - y si habría espacio en su casa para
pernoctar esa noche.
Y - ¡oh sorpresa! - la muchacha era una parienta cercana. Su
padre, Betuel, era primo hermano de Yitzhak. “Sí” - respondió - “puede incluso
quedar más que una noche”.
La muchacha corrió a relatar a su madre lo recién sucedido.
Apenas el hermano de Rivká, Laván, vio las joyas en manos de
su hermana, corrió hacia la fuente para invitar al “desconocido” a su casa,
pensando que se trataba del propio Avraham, y no del sirviente.
Eliezer comenzó aclarando que, efectivamente, él era el siervo - y no el patrón (aun cuando eso se volvería obvio en las palabras que seguían), pues no quería atribuirse honores que no le correspondían ni siquiera por unos pocos instantes (Rav Jaim Shmuelevitz sz”l 5733:11).
Una vez en casa de la familia de Rivká, se le ofreció de
comer, pero él no comería hasta haber cumplido con su misión. Por lo tanto, narró a la familia de Rivká todos los eventos
que habían conducido a aquel momento culminante. Finalmente, y ante la
evidencia de lo providencial del encuentro, les propuso permitir que Rivká lo
acompañara para convertirse en esposa de Yitzhak.
La Torá nos vuelve a narrar toda la historia que ya
conocemos, relatada ahora por boca de Eliezer - a pesar que la propia Torá
puede ser sumamente escueta en otros pasajes que son vitales por referirse a
preceptos que debemos cumplir con todos sus detalles (tan es así, que muchas
leyes se infieren de letras superfluas que se podía haber obviado sin perder el
sentido del pasaje, por comparación de dos palabras idénticas que se repiten en
contextos distintos o por la proximidad de dos temas en el texto de la Torá).
¿Por qué, entonces, la repetición de palabras en una historia que ya conocemos?
¿Por qué, entonces, la repetición de palabras en una historia que ya conocemos?
Responden los Sabios: para demostrarnos que “hermosa (refinada) es la forma de conversar (aun) de los sirvientes de nuestros patriarcas” (Midrash, Bereshit Rabá 60:8), quienes aprendieron de sus amos a expresarse con prudencia y pulcritud. Los comentaristas de la Torá hacen notar las pequeñas discrepancias que hay entre los sucesos y el relato posterior de Eliezer, y el motivo por el cual el siervo hizo esos cambios.
La familia de Rivká, reconoció después del relato del
enviado de Avraham, que la Mano de Di-s había asistido en realizar el encuentro
“casual” del sirviente y Rivká, y expresó: “MeHaShem iatzá hadavar” (Bereshit
24:50 - de lo cual deriva el Talmud que las parejas están asignadas por el
Todopoderoso - Sotá 2:).
Luego de obsequiar de los bienes que había traído consigo a la familia, Eliezer pernoctó.
Al día siguiente, el fiel sirviente quería partir rumbo a la
casa de Avraham - con Rivká - para concretar el matrimonio de ella con Yitzhak
(Bereshit 24:54). La madre y el hermano preferían demorar la ida de la
muchacha y preguntaron su opinión a la joven Rivká, esperanzados en que ella
apoyaría la idea de la dilación (retraso).
Rash”í aclara en esta frase que los Sabios ordenaron no casar a una mujer, sino con su consentimiento, sin presionar, ni obligar…).
Pero no: ella fue precisa, escueta y contundente: “¡Iré!”.
Habiendo visto los modales del sirviente de Avraham, no
quiso quedar más en su casa.
Y así sucedió. La familia bendijo a Rivká, y ella siguió a
Eliezer hasta Cna’an.
Yitzhak, por su parte, volvía de haber buscado a Keturá (a
quien los Sabios identifican con Hagar, anterior segunda esposa de Avraham)
para que su padre no quedara solo después del fallecimiento de Sará.
Rivká se convirtió entonces en la esposa de Yitzhak.
Al llegar Rivká a la casa, volvieron todos los atributos
espirituales que la habían caracterizado en vida de Sará, y que se habían
perdido a partir de su fallecimiento. Este fenómeno consoló a Yitzhak, quien
aún observaba el duelo por su madre.
Avraham y Sará habían dedicado su vida a mostrar al mundo
pagano de entonces, que existe un Creador y que a Él se debe servir. Sus
seguidores fueron numerosos y Avraham era conocido como el príncipe de Di-s
(Bereshit 23:6).
Habiendo tantos creyentes en Di-s en Cna’an entre sus discípulos y admiradores - ¿qué razón impulsó a Avraham a insistir en la elección de una muchacha de su propio terruño, un lugar al que sus enseñanzas no habían llegado?
Varios comentaristas deducen y demuestran a partir de esta
situación, que la adaptación a una conducta de Midot para aquel/la que no fue
educado así desde pequeño, es mucho más compleja que el ajuste a cuestiones
relacionadas con la fe y la creencia.
Aun si Rivká no tuviera el conocimiento teológico y filosófico de la casa de Avraham, sus Midot (cualidades humanas) eran ejemplares, y justamente por eso, estaría predispuesta a adherir a las máximas de Yitzhak. Existiendo las buenas Midot, las cuestiones de cosmovisión las aprendería pronto. Pero sin una ética clara, las lecciones de filosofía tampoco le servirían.
Cuando Yitzhak y Rivká se conocieron, se casaron y recién
luego... “la amó”.
Nos parece todo un tanto raro, porque no estamos acostumbrados a esta manera de obrar, y nuestro modo de encontrar “con quién” seguro que parece más sincera, más espontánea, más real, más lógica y más romántica (para las mujeres, al menos).
Pero, lamentablemente, los matrimonios que se forman son cada vez más frágiles, más egoístas, más efímeros y más “virtuales”…
La Torá nos enseña a vivir.
Si bien seguramente nadie va a elegir nuestra pareja para nosotros en nuestra época, saber que existen los elementos en la Torá para hacer de nuestra vida y de nuestro deber algo agradable, es reconfortante. No estamos perdidos sin una fuente de donde aprender a encontrar el rumbo.
El agua que le sirvió Rivká al sirviente espontáneamente,
demostró una predisposición a brindar, a la bondad, a la generosidad y a una
vida simple y auténtica.
Esa es la esencia de lo que nos enseña la Torá.
Esa es la esencia de lo que nos enseña la Torá.
Daniel Oppenheimer
muy reconfortante este relato de la escogencia de la esposa de Isaac..!
ResponderBorrarGracias por seguirnos
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